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Cristo de Bonta, en el Vaticano

A Propósito de Los “Cristos Crucificados” de Patricio Bonta

Las imágenes del Cristo crucificado que ofrece Bonta, componen una elegía laica con la que el misterio inefable de la muerte del Hijo de Dios convertido en “hijo del Hombre” transforma las palabras en visiones que los trazos expresionistas de Patricio nos hacen oír de más cerca, convertidos en los estertores de una muerte que se revela como travestismo originario y ejemplar para todo aquel que buscara alcanzar, con entereza y paciencia, los dolores y amarguras del tiempo presente.

La clave de ese proceso puede ser muy bien la descripción que da Pablo en su Carta a los Filipenses de lo que ocurre entre bambalinas: “Cristo aceptó por obediencia la humillación hasta la muerte, y muerte de cruz…” A esta luz, toda posible soberbia de la triste humanidad actual queda descubierta en su verdadera insignificancia. Las imágenes que nos presenta Patricio se detienen en el comienzo del drama y su atención deja en suspenso cualquier otra distracción. Es su derecho.

Sin embargo mi imaginario salta hacia la continuación del enunciado Paulino: “Por eso Dios – el Padre de Jesús y nuestro lo exaltó dándole un Nombre ante el cual todo otro nombre deberá someterse, Jesucristo es el Señor”. Esto es lo que funda toda esperanza existencial, el misterio del poder absoluto de la misericordia que invita a aquel que sufre a volver su mirada y su corazón a algo que, por cierto, nos trasciende pero que es el motivo por el cual quien está detrás de todo posible escenario, permitió también la verdad de la obra de Patricio.

Y aquí viene la intervención nuevamente de mi imaginario. Cuando visité la obra de Patricio Bonta, no sólo  vi lo que acabo de comentar sino la otra parte de su obra, la que me llevó a la tradición surrealista de Bosch y de Brueghel y que , al mismo tiempo, completaba sintéticamente el paisaje plástico, poético y espiritual para mi, de Patricio. 

Presbítero, José Luis Duhourq

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